lunes, 25 de noviembre de 2013

Historia de una silla blanca "monobloc"

Fuente Original: Clemente Alvarez en Ecolaboratorio


Hay pocos muebles más extendidos en el mundo que la silla blanca de plástico “monobloc”. Este es uno de los objetos escogidos por la periodista estadounidense Susan Freinkel, autora del libro “Plástico, un idilio tóxico”, editado ahora en español, para contar cómo estos polímeros sintéticos han cambiado el mundo. Estas sillas no suelen aparecer en los catálogos de diseño, pero están por todas partes; hay forofos de ellas en Internet y adaptaciones de todo tipo. Como suele ocurrir con los plásticos, la explicación a su tremendo éxito está en su precio de venta al público: unos 10 euros en España. Son varias las empresas que fabrican esta silla de polipropileno en el país, como el Grupo Resol, en Olot (Girona), desde donde explican que España es uno de los principales productores en Europa de muebles de plástico. 

¿Cuándo comienza la historia de los plásticos? El relato de Freinkel sobre el origen de estos asombrosos materiales formados por moléculas gigantes empieza junto a una mesa de billar. A mediados del siglo XIX surgen voces en EEUU que alertan de la disminución de elefantes como consecuencia de la alta demanda de marfil, entre otros motivos, para elaborar las esferas de este juego. Como cuenta la periodista, en 1863 un proveedor neoyorquino de bolas de billar ofreció 10.000 dólares en oro a aquel que encontrase un material alternativo. Aunque nunca recibió ese premio, fue el inventor estadounidense John Wesley Hyatt el que consiguió la carambola y unos pocos años después logró producir una sustancia maleable que podía endurecerse, a partir de un polímero natural: la celulosa de algodón. Este nuevo material al que se llamó “celuloide” resultó ser perfecto para fabricar peines, cuellos de camisa, cepillos de diente o como soporte de la película fotográfica (tras algunas dificultades iniciales, incluso para fabricar bolas de billar). 

Con los otros plásticos que van apareciendo de forma posterior (en 1907, el estadounidense de origen belga Leo Baekeland inventa el primer polímero totalmente sintético: la baquelita), estos polímeros suponen increíbles ventajas para los ciudadanos, que reciben con entusiasmo unas novedades que van transformando su vida, en especial, a partir de la Segunda Guerra Mundial. Pero, además, según Freinkel, los plásticos también contribuyen a cambiar el modo de consumir. De lo escaso y accesible solo a unos pocos, se pasa a lo abundante y barato. Resulta innegable que estos materiales tan ligados a la industria del petróleo han traído innumerables adelantos, pero también importantes efectos secundarios, como la incontrolada dispersión de residuos de plástico en ecosistemas terrestres, en océanos e incluso en nuestro propio organismo. “Ahora los humanos somos un poco de plástico”, asegura la periodista, utilizando la misma frase con la que comienza un artículo del Washington Post en 1972 sobre el hallazgo de restos de estos polímeros en la sangre de humanos. Esta son algunas de las consecuencias no esperadas. Otro efecto relevante desde un punto de vista ambiental ha sido el acortamiento de la vida de las cosas que nos rodean. 

Un ejemplo de esta vulgarización de los bienes de consumo es la silla blanca “monobloc”. Se denomina así porque se fabrica de una solo pieza. Se inyecta la resina plástica en un único molde, a temperaturas de 220-230 grados, y se espera a que se endurezca. Esta silla, generalmente, de polipropileno, y descendiente del mucho más estiloso modelo Panton, está diseñada fundamentalmente para ser barata. Para conseguir la geometría más estable con el menor material posible. Su precio está tan ajustado que su fabricación no puede permitirse ninguna alteración. Como explican desde la fábrica de Olot, se puede tardar un día en cambiar el molde, pero una vez comenzado el proceso de fabricación ya no se puede parar. La máquina funciona las 24 horas del día, aunque sea fin de semana o festivo. "Solo paramos dos días en todo el año", especifican desde la planta, "las hacemos como churros". En esta fábrica del Grupo Resol pueden producir unas mil sillas al día de la "monobloc" más básica. Mil sillas al día que destacan por ser ligeras, apilables, fáciles de limpiar, pero no precisamente por durar mucho. 

Al igual que la silla "monobloc" simboliza el triunfo del plástico, para Freinkel también constituye “el emblema de un mundo chabacano y vulgar” (o "el envase Tupperware de un mundo culón", utilizando otra cita del Washington Post). En el libro no se cuestiona solo la estética, sino la propia filosofía de un producto equivalente al vaso desechable de las sillas de plástico. Según la periodista, cuando empiezan a aparecer las máquinas expendedoras de café en EEUU en los años 50, la gente se quedaba con los vasos de plástico para reutilizarlos. Tirarlos después de usarlos no parecía muy lógico a una generación que había vivido la Gran Depresión. “Era preciso que aprendieran a tirar las cosas”, cuenta Freinkel, que recupera un artículo de la revista Life de 1955 con el título “Throwaway living”, en el que aparece la fotografía de una familia que lanza al aire con gran alegría toda una serie de artículos desechables de distintos materiales: “Lavar los objetos que vuelan por el aire en esta fotografía llevaría 40 horas”, comienza el texto. Como los vasos, estas sillas tampoco están diseñadas para durar más. Y no parece que merezca mucho la pena reparar un producto de plástico que cuesta unos 10 euros. 

Hoy en día existen muchos tipos distintos de plásticos. No obstante, los más utilizados son cerca de una decena. En España, según los datos del Centro Español de Plásticos, el consumo de estos polímeros en 2010 fue de unos 4,6 millones de toneladas, lo que equivaldría a unos 98 kilos por persona. En el país se produjeron 4,7 millones de toneladas, se exportaron 2,2 millones y se importaron 2,1 millones. Los tipos de plásticos más consumidos fueron, por este orden, el polipropileno -el mismo de la silla "monobloc"- (con 723.894 toneladas), el polietileno de baja densidad (622.836), el polietileno de alta densidad (671.653), el PET (601.311), el PVC (527.346) y el poliestireno (157.984). Por usos, el 6,1% de estos plásticos se utilizó en el sector de la electricidad y la electrónica, el 8,7% en el de la automoción, el 15% en el de la construcción y el 42,3%, la mayor parte, en el de los envases. ¿Cuánto se recicla de todo este plástico? Según las estadísticas de la industria, en España, tan solo un 23% (1).


  1. Según el informe consolidado 2010 PlasticsEurope+EuPC+EuPr+EPRO, un 23% del plástico consumido en España se recicla de forma mecánica, un 17% se incinera para obtener energía y un 60% acaba en el vertedero.